La intromisión del vagabundo

De golpe la noche enmudeció, las risas y el crepitar del fuego la secundaron tímidamente. Solo el irreverente sonido de las diminutas burbujas intentando llegar al cielo en una rápida ascensión, mantenían la noche viva. En silencio la ronda lo miraba, eso había sido un insulto y todos lo tenían muy claro, la vida en los faldeos cordilleranos no es como en la urbe.

El cebador, como es la costumbre, el más joven de los arrieros, continúo sirviendo la Guamba de mate hasta lograr un pantano en el que se erguía una luminosa bailarina, la más besada por los arrieros. Se la acercó, pero el vagabundo parecía haber escapado dejando abandonada una carcasa vacía. ¡No!, estaba embobado por aquella amante que tan afable se había demostrado siempre con los hombres de cordillera, pero que a el caprichosamente le esquivaba los labios.
De las sombras el cebador exclamó rompiendo lo más inverosímil de la vida de montaña para un citadino, el silencio.
-.¡Recibe!
Con un sobre salto los brazos de aquel hombre se estiraron, deseando su calor, suplicando su aceptación, rogando besarla.
-.¡Y con la bombilla pa´ tras, pa´ que no vuelvas!
Esta vez no supo distinguir al dueño de esa voz, pero al buscarlo vio que la rueda hizo una aprobación en silencio, una sonrisa camuflada en la oscuridad, un abrir y cerrar de navaja, el relinchar de los animales…El hombre recibió el primer mate de la noche, ese sin sabor, sin el amargor adictivo, un mate somnoliento, sin ganas de subirte el ánimo. El conocido mate del sonso.